Hay piedras que causan un cúmulo de emociones variadas por el solo hecho de verlas y mejor aún si tiene oportunidad de tenerlas no tan sólo en sus manos sino en su joyero; la turquesa, diosa de la naturaleza es un ejemplo que explica muy bien esas sensaciones pues la tersura al tacto y la amplia gama de colores que ofrece, son de una belleza sin igual y si tiene la oportunidad de poseerla en cualquiera o en todas sus formas, será maravilloso.
La palabra «turquesa»‘ es muy antigua, deriva del francés Pierre Turquoise, que significa «piedra turca», lo que se presta a conflicto porque en Turquía no hay turquesas, pero tal vez como ahí se les comercializaba, se creó esa confusión; hoy día es difícil de conseguir, valiosa por su calidad, muy apreciada como piedra preciosa y ornamental debido a su color inigualable.
Su brillo es entre ceroso a casi vidrioso, generalmente opaco y en ocasiones semitraslúcida, el color varía tanto como el resto de sus propiedades, que comprenden desde el blanco hasta el azul oscuro y el azul cielo, y desde el azul-verdoso hasta el verde-amarillento.
Tradicionalmente en la creación de joyas con esta gema, los artesanos la combinan con plata, haciendo hermosos dijes, zarcillos, collares y pulseras de delicadeza extraordinaria, armonizando esos maravillosos tonos de azul para realizar joyas realmente bellísimas.
Mineral extraño que se consigue en regiones desérticas, la turquesa es una de las gemas que se extrae primero que otras y aunque su extracción en varios sitios históricos los han agotado, otros están funcionando hasta hoy; todos son a pequeña escala y operan temporalmente por lo lejano de los yacimientos entre otros motivos; mayoritariamente su extracción se realiza a mano, sin mecanización de ningún tipo, especialmente en los Estados Unidos.
Persia es la fuente de suministro de turquesas más importante, de color perfecto y sólo se consiguen en una mina que está en la cúspide de la montaña Ali-mersai de 2.012 metros, a 25 km de Mashhad, que es la capital de la provincia de Khorasan, en Irán; en Sinaí las turquesas las extraían de la península que era llamada “país de turquesas”, existiendo seis minas en la zona, unas más importantes que otras.
La mejor calidad de esta joya es cuando tiene un azul radiante como el cielo puro, tono éste que es muy estimado y buscado, algunas veces, el color tiende a ser verde y cuanto más manchas y más irregular sea la matriz, menor es la estimación de la calidad de la piedra; debe protegerla de los cosméticos, el calor y la luz brillante, no es una piedra para llevarla puesta si va a tomar el sol, es bueno limpiarla de vez en cuando con un paño suave.
Su color le puede dar felicidad y alegría, pues el azul del cielo y el verde estimulante del mar se combinan, es un color tan inimitable que se ha acuñado un término específicamente para él: Turquesa; quien la elija, gozará de un pedazo de cielo en la tierra.
ALFA