Un día nos convertimos en madres trabajadoras, reto del que no se está consciente sino hasta cuando se lleva al bebé en brazos por primera vez; allí se prenden las luces de alarma por cuanto hay que transformarse en una súper mamá sin tener un manual de autoayuda a la mano, pues el embarazo transcurrió entre compras, citas médicas, ecosonogramas, experiencias compartidas, «babyshower» y todo tipo de conversaciones lindas alrededor de lo que es el embarazo y la experiencia maravillosa que representaba.
Al terminar el postnatal hay que lanzarse de nuevo a la calle para enfrentar un mundo competitivo que casi habíamos olvidado y que se encarga de convertir sus sentimientos en trocitos de corazón roto cuando observa antes de salir, esa pequeña carita que no sabe que también deberá enfrentar el reto de permanecer sola mientras mamá regresa.
Quizás los niños, debido a que su experiencia en el manejo de emociones no es tan marcada como la suya, sean capaces de tratar mucho mejor esta separación de pocas horas, inclusive aprender a calcular de manera insólita, la hora de nuestro regreso y manifestarlo aunque todavía no se puedan expresar verbalmente pero pueden hacerse entender por las personas que están con ellos.
Una vez lograda la dolorosa separación de ese pequeño ser y la pena que ocasiona, sale a luchar doblemente para conseguir su bienestar, tanto económico como profesionalmente, que sería lo único que demostraría este sacrificio, para que de alguna forma se justifique que escalar posiciones a nivel laboral, las hará fuertes, poderosas para crecer en el trabajo donde se desenvuelven.
Un estudio de Harvard escrito por Kathleen McGinn, dice que los hijos de mamás trabajadoras “no sólo se convertían en adultos muy felices sino que también llegaban a tener salarios más altos que sus contrapartes, algo que se daba especialmente en el caso de las chicas. Al mismo tiempo, los chicos que crecían con madres trabajadoras tendían a ser hombres adultos que ayudaban mucho más con las tareas del hogar y con el cuidado de los hijos cuando llegaba la hora de formar su propia familia”.
McGinn explica que “existe mucha culpa por parte de los padres con respecto a trabajar fuera de casa, pero lo que esta investigación sugiere es que no sólo se ayuda a la economía del hogar, sino que además ayuda a su hijo”. Señala que “tanto para madres como padres, trabajar dentro y fuera del hogar enseña a los hijos que ambas contribuciones son igual de importantes”.
De manera que, haciendo gala de un temperamento que íntimamente se desmorona, puertas afuera demuestran que no existen barreras que las haga flaquear porque están preparadas para enfrentar los mismos retos tanto en el trabajo como en casa; así se convierten en madres organizadas que al llegar al hogar y después de abrazar y besar a quien tanta falta les hizo durante todo el día, pueden planificar comida, ropa limpia, casa organizada y compras necesarias.
ALFA