Durante más de siete décadas, el paradero de las joyas de la Corona Británica ha sido uno de los secretos mejor guardados del Reino Unido. Diferentes teorías circularon en torno a su escondite, algunos aseveraron que se encontraban en una caja fuerte de una aseguradora canadiense, mientras que otros afirmaban que se encontraban en un túnel secreto en una prisión en Devon e incluso en una cueva en Gales.
Sin embargo, todas las teorías fueron descartadas ya que las joyas fueron escondidas bajo una trampilla en los aposentos de servicio ubicadas en el Castillo de Windsor. El motivo del curioso resguardo de las joyas fue evitar que cayeran en manos de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Este hallazgo fue develado por el escritor Colin Brown en su libro “Operation Big, The Race to Stop Hitler’s A-Bomb”, quien durante su investigación descubrió una gran cantidad de cartas que lo llevaron al escondite de las joyas. Entre las cartas encontradas, estaba una del general Maurice Taylor quien le escribió a Lord Wigram, sobre un lugar seguro para esconder el cargamento de bidones, robados a los nazis, quien concluyó que el mejor lugar sería una pequeña cámara en lo más profundo del Castillo de Windsor.
Posteriormente Owen Morshead, bibliotecario de Windsor, envió misiva al Ministro de Abastecimiento en la que afirmaba que los bidones se encontraban escondidos en el mismo lugar donde se ocultaban las joyas de la Corona.
La colección de joyas de la Corona Británica está compuesta por más de tres mil piezas entre coronas, orbes, espadas y cetros. Es la colección más valiosa del mundo e incluye entre otras piezas la corona de San Eduardo, la Corona Principal del Estado, con el rubí del Príncipe Negro y la Corona Imperial de la India.
Cuando los Nazis invadieron Inglaterra, el Rey Jorge VI, padre de le la Reina Isabel II, ocultó la Corona Británica en una caja de galletas de la marca “Fortt’s Original Bath Oliver Biscuits” y de esa manera fueron transportadas al Castillo de Windsor.
La corona que convirtió en reina a Isabel II fue confeccionada para su padre y está compuesta por 2 mil 868 diamantes, 11 esmeraldas, 17 zafiros y varios cientos de perlas y tiene un peso de 1,28 kg. De acuerdo a las anécdotas de la Reina, es imposible mirar hacia abajo cuando la lleva puesta porque puede romperle el cuello por su peso.
También se encuentra la corona de San Eduardo, la cual está elaborada con oro y decorada con zafiros, turmalinas, amatistas, topacios, citrinos y los bordes poseen una hilera de perlas. Esta pieza tiene un peso aproximado de dos kilos.
Por su parte, la Corona Imperial de la India es la única corona de un soberano británico que posee ocho diademas, y está elaborada con esmeraldas, rubíes, zafiros, 6100 diamantes, y un gran rubí coronándola. Estas hermosas y costosas joyas, así como una gran variedad de diademas, orbes, cetros, espadas y anillos pueden ser disfrutadas en la Torre de Londres, lugar donde son exhibidas.
ALFA