Desde la antigüedad, civilizaciones como la China y Mesoamericana, fueron enlazadas por el Jade, piedra preciosa que unió las dos culturas a pesar de estar tan alejadas geográficamente la una de la otra y ser tan desiguales en sus costumbres y tradiciones, curiosamente existe una coincidencia en ambos en cuanto al símbolo que las representa, usado en los ritos y unión con el poder.
La doctora Xu Lin, investigadora del Museo del Palacio en China decía que “En China antigua se creía que el jade y la mortalidad estaban estrechamente ligados, se pensaba que el colocar piezas realizadas con este mineral (la nefrita, en particular), como parte del ajuar funerario, permitiría que el espíritu de la persona llegara a su destino. Por esa razón, el ropaje del muerto podía estar confeccionado con jade, bajo la idea de evitar la putrefacción del cuerpo, y también se colocaban tapones en ojos, oídos y boca, para evitar que ‘el alma escapara’.”
Por otra parte, Diana Magaloni, directora del Museo Nacional de Antropología en México decía que, “Los mesoamericanos tenían conciencia de nuestro tránsito por el mundo, y para ellos, el jade —característico por su dureza y su resistencia— siempre iba a conservar ese color del agua petrificada.”, lo que significa la vida que trasciende a la muerte.
En china, esta piedra empezó siendo sólo eso, una piedra que se utilizaba para construir aparejos de trabajo, para que poco a poco se transformar en un símbolo de belleza moral, honor y pureza; mientras que, para las culturas mesoamericanas, el color verde de la piedra era un regalo de los dioses; inclusive le han adjudicado propiedades de atracción de la buena fortuna.
En estas culturas antiguas, fue considerado una piedra preciosa, que llegó a ser más apreciada que el oro o la plata en occidente, pues con ella se fabricaron piezas ligadas a los gobernantes y a los rituales; de gran dureza, grano fino, traslucida, de brillo intenso si está pulida y de sonido nítido cuando se le golpea; con profunda gama de tonalidades, desde el verde intenso, verde claro, gris, blanco, amarillo, naranja, violeta, rojo, hasta el negro.
Los chinos de la antigüedad introducían en la boca de los muertos una figura parecida a una cigarra y en la mano un cerdito, ambas piezas hechas de esa roca; había la creencia que la primera reviviría al difunto al mudar la membrana y que la segunda crecería rápidamente, lo que aumentaría los bienes de la familia.
México también tiene infinidad de diseños realizados con ese material, en Campeche, en medio de la selva en la zona arqueológica de Calakmul han conseguido varios entierros donde habían máscaras, que destacan por los gestos que les otorgaron sus creadores; en Palenque, Chiapas, hay otro sitio que resalta por su arquitectura, pero también por los objetos que se han descubierto en las tumbas de importantes personalidades mayas; su delicadeza y elegancia la ha vuelto popular en la elaboración de joyas.
ALFA