Las palabras, son herramientas espirituales de nuestra realidad, el dominio que aplicamos sobre ellas es la clave para aprender a manejarnos de manera correcta en la vida. Ellas delatan de una manera rápida las creencias, debilidades y fortalezas que nos caracterizan cuando nos comunicamos al expresar nuestros  sentimientos y emociones con otras personas o con nosotros mismos.

Tienen la capacidad de concebir una realidad en nuestros pensamientos, porque a través de sus efectos podemos desarrollar o arruinar nuestra vida. Pueden ser armas de doble filo que muchas veces no sabemos controlar. El lenguaje que utilizamos, habla de nosotros mismos y de lo que guardamos en el subconsciente. Cuando usamos expresiones temerosas, con términos pesimistas, donde la queja y la amargura son los elementos primordiales; estamos llenando nuestro ambiente de cosas negativas.

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Si por el contrario utilizamos la opción más cautivante, animando nuestro entorno con palabras de aliento; reconociendo que somos humanos y que podemos equivocarnos sin que por eso se genere una tragedia, entonces estamos en la ruta verdadera para arreglar cualquier situación que se nos presente. Las palabras pueden ser nuestras mejores amigas o enemigas, porque nos descubren en cuerpo y alma; haciéndonos más fuertes o vulnerables. Tenemos que aprender a maniobrarlas como si anduviéramos en la cuerda floja, de una manera firme y segura.

Si tomamos como ejemplo, la forma como los políticos, predicadores y muchos medios de publicidad se comunican con la gente para inducir la preferencia de ellos, podemos observar resultados sorprendentes. Si en alguna oportunidad, nos dirigimos hacia alguien con palabras acusadoras y ofensivas, causará un efecto sin precedente que marcará sin poder evitarlo la vida de ese individuo. Es una consecuencia terrible que nos seguirá por siempre, ya que muchas veces sin querer, perjudicamos la existencia de las personas que más amamos.

Nuestras palabras son sumamente poderosas, desde tiempos antiguos se ha comprobado. No podemos maltratar verbalmente a nadie, porque el karma de ese sentimiento inundará por completo el aura de aquellos que ni siquiera son responsables de lo que hacemos.

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Sin tomar conciencia, hemos seguido afectando nuestro entorno, decretando y maldiciendo tanto a nuestros seres queridos como al universo entero con nuestras declaraciones. Estas son ordenanzas que se cumplen de manera inmutable, sin embargo lo mejor que podemos hacer es callar, respirar profundo y tragarnos lo que vamos a decir; porque contrario a lo que muchos creen, las palabras no se las lleva el viento.

Se quedan a nuestro alrededor materializadas como entes que actúan a favor o en contra del sonido que sale de nuestras bocas. Esos seres se alimentan del verbo que exteriorizamos y que se arrastra como serpiente al acecho, dispuesta a morder a la presa más débil y confiada; por eso es de vital importancia poderlas controlar y no permitir que nos manejen.

¡Las palabras estamparán su destino!, la autoridad espiritual que posee para darles el uso adecuado es el principio fundamental que debe prevalecer por encima de las circunstancias que rodeen su vida.

ALFA