Todos los seres humanos han sentido miedo alguna vez, desde niños hasta llegar a la adultez. Estos miedos se presentan de muchas formas dependiendo de la edad, porque cuando niños podemos haber sentido miedo por pequeñas cosas, como insectos, perros, gatos, objetos determinados, personas, imágenes imaginarias, etcétera, que van superándose con el correr del tiempo en muchos casos, pero que en muchos otros pueden quedar allí como una sombra durante años.
En este sentido, debemos analizar al miedo junto a otra emoción que está presente en muchas personas, como lo es la ansiedad, esa enemiga que se cuela en nuestras vidas, afecta nuestra actitud ante la vida, para estropear nuestros planes, nuestra tranquilidad y la de los seres queridos. Es por ello, que es conveniente citar algunos planteamientos teóricos de especialistas en el tema, para comprender la trascendencia y relevancia de este tema, que estamos seguros les va a interesar mucho, ¡Acompáñenos!
Con respecto a los estudios realizados en este ámbito, debemos señalar que científicamente se considera que el miedo y la ansiedad son potenciados y/o controlados en dos regiones de la corteza prefrontal del cerebro, lo cual ayuda a comprender cómo es el proceso cerebral de los humanos.
Es así como, algunas patologías neuro psiquiátricas, como por ejemplo el trastorno de ansiedad generalizada, el de pánico o las fobias, entre otras, comienzan con manifestaciones de miedo o ansiedad exagerados, cuando los individuos se enfrentan a estímulos inocuos, es decir, que no hacen daños físicos o morales.
Más aún, cuando existe un peligro real que se observa con certeza, el organismo responde con reacciones de miedo, pero si los estímulos son menos evidentes y se genera una situación de incertidumbre sobre esa amenaza latente y constante, se hace presente la ansiedad, en las cuales muchas personas enfrentan situaciones intangibles e inexplicables para otros, y que llegan a niveles que requieren de tratamientos psicológicos y tratamientos con fármacos.
La explicación científica de este tipo de patologías, se basa en el hecho de que tanto el miedo como la ansiedad, son emociones que dependen de circuitos neurales paralelos, que se encuentran parcialmente superpuestos en determinadas regiones del cerebro, uniendo la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal.
En este contexto, debemos señalar que se han realizado muchas Investigaciones con roedores, las cuales han demostrado definitivamente que la corteza prefrontal es fundamental para la regulación del miedo y la ansiedad.
Por otra parte, se han realizado investigaciones con pacientes que padecen patologías neuro psiquiátricas con trastornos de ansiedad, que han evidenciado la existencia de disfunciones en la corteza prefrontal. Sin embargo, la asociación de ambas investigaciones debe seguir un curso complejo para finalmente determinar la incidencia de esta parte del cerebro en la regulación de estas emociones.
Por ello, la regulación del miedo como emoción natural y con diferentes niveles de adaptación, debe partir del control de los estímulos que las personas enfrentan en determinadas situaciones, ante la presencia de objetos, animales, personas y de sus propios pensamientos, para para ellos significan peligro, daño o amenaza, aunque ésta no sea real.
Debe considerarse en este punto, que el miedo se manifiesta en tres niveles o maneras en que se presentan las respuestas ante los estímulos, estos son: nivel cognitivo, nivel fisiológico y nivel conductual. En cada uno de estos niveles, se presentan o identifican determinadas respuestas, por ejemplo, en el nivel cognitivo se distinguen imágenes y/o pensamientos negativos relacionados con el estímulo o situación a la que se le teme, además de una determinada interpretación que la persona realiza sobre la misma.
Por otra parte, en el nivel fisiológico se identifican cambios corporales que se manifiestan a través de sensaciones negativas y/o desagradables que causan malestar a los individuos, mientras que a nivel conductual se observan acciones específicas como respuesta ante el estímulo o situación temida.
En el caso de los niños, según Toledo, Ferrero y Barreto (2000) “los miedos constituyen respuestas de activación que permiten que los niños reaccionen ante situaciones de peligro y adquieran las habilidades para enfrentarse a situaciones nocivas o amenazantes”. Si este proceso es controlado positivamente por sus padres, los niños pueden ir superando los miedos, para ir creciendo con mayor confianza en sí mismos y hacerse adolescentes y/o adultos más equilibrados, capaces de tomar decisiones trascendentales en sus vidas y tener mayores oportunidades de éxito ante los retos que enfrenten.
De esta manera, durante la niñez se presentan e identifican ciertos miedos naturales y propios de la edad, sin embargo también se manifiestan miedos que son aprendidos en el entorno donde se desenvuelve el niño, y que son producto de diversos modos de condicionamiento o aprendizaje que se va desarrollando bien sea en el hogar, en la escuela o en el entorno social que frecuenta. Estos miedos propios de la edad pueden desaparecer con el tiempo, al superar etapas de sus vidas, pero otros pueden estar presentes durante todas sus vidas.
Ahora bien, en las investigaciones realizadas sobre el miedo se han estudiado variables como el género y la edad, concluyéndose según Valdivia (2000) que “los miedos con relación al género revelan que la prevalencia de los miedos es más alta en las niñas que en los niños”.
En cuanto a la variable «edad», Sarason y Sarason (1996), afirman que diversas investigaciones realizadas en este campo, han permitido concluir que los miedos van cambiando con la edad. Por ejemplo, después de los 2 años de edad los niños comienzan a tener miedo a la separación de sus padres, a los animales y a la oscuridad. Posteriormente, entre los 4 y 5 años comienzan a tener a figuras imaginarias, al daño físico y a la oscuridad, mientras que entre los 6 y 7 años se evidencian los miedos a: figuras imaginarias, oscuridad, ladrones, la escuela y la separación. Ya cuando están cerca de la adolescencia, digamos que aproximadamente a los 10 años, los miedos más comunes son los daños físicos, las relaciones sociales, al fracaso, y los desastres naturales.
A estas variables normalmente se le agrega el nivel socio-económico, debido a que los mismos padres se enfrentan a situaciones en las cuáles sienten miedo a no poder solventar las necesidades básicas de ellos y sus hijos, lo cual crea incertidumbre, malestar, miedo y ansiedad. Igualmente, el entorno donde se encuentre es determinante, las condiciones de inseguridad de algunos países y regiones generan miedos tangibles y evidentes que cualquier ser humano puede experimentar.
No es igual enfrentarse a situaciones de sobrevivencia donde no se tiene para el sustento, a tener las condiciones económicas adecuadas donde el sustento, la educación y la salud estén más protegidos. Sin embargo, se puede observar mucho como personas con buen nivel adquisitivo se encuentran ansiosas y sienten miedo, lo cual básicamente se debe a situaciones de inseguridad laboral, social y por cuidar en forma exagerada las posesiones con las que cuenta.
De esta manera, es muy importante distinguir que el miedo representa una reacción de supervivencia del cuerpo ante una amenaza inmediata, mientras que la ansiedad representa la reacción del organismo, del cuerpo y la mente, ante una amenaza, la cual es menos inmediata, y que si la persona lo decide a tiempo, puede poner punto y final a esa situación que la agobia y que le provoca estrés constante.
En este punto, hemos hecho mención a un elemento muy común en esta sociedad moderna y convulsionada, el famoso “estrés”, que no es más que una reacción continuada del organismo, ante una amenaza que sigue sin resolverse, y que está presente día a día, ocasionando ansiedad y miedos que en muchos casos se exageran y que quita la paz y la tranquilidad. En estas situaciones es común que las personas no admitan que sienten miedo, lo niegan, huyen de las situaciones y las evaden de diferentes formas, para no enfrentarlos, como punto de partida para superarlos.
Definitivamente, para liberarse de los miedos y por ende de la ansiedad, se debe partir del reconocimiento de su existencia en nuestras vidas, y de identificarlo como un estado de ánimo, una emoción o sentimiento que provoca sensaciones a nivel cognitivo, conductual y fisiológico, que en muchos casos se tornan insoportables, siendo capaz de llevar al individuo a la inacción, al sufrimiento y al dolor, lo cual se hace presente si nosotros mismos lo permitimos, si nos empequeñece, nos anula, nos limita, sin dejarnos asumir los retos, decisiones de cambio y por supuesto sin dejarnos ser felices.
Por ende, posteriormente al reconocimiento, debemos enfrentar de la mejor manera a esas situaciones, objetos o personas, que nos provocan miedo, como bien decía Nelson Mandela: “No es valiente quien no tiene miedo sino quien sabe conquistarlo”, y para conquistarlos hay que obviamente enfrentarlos, con una actitud positiva, no verlo como un enemigo, sino como una oportunidad para crecer y aprender, debido a que la mayoría de las veces, estos miedos son irracionales, tóxicos y nos limitan en nuestro proceso de crecimiento personal, social y espiritual.
Por tanto, la receta que les recomendamos para liberarse de los miedos, debe tener: una dosis de amor propio y hacia los demás, aceptación, reconocimiento, enfrentamiento, actitud y pensamientos positivos, para finalmente conquistar al miedo. Cada uno de estos elementos debemos manejarlos muy bien, y para hacerlo debemos dejar de huir y evadir los miedos, así como de negarlos, para así encontrar la raíz de cada uno de ellos, y doblegarlos, hacerlos nuestros amigos, pudiendo controlar y regular su presencia en nuestras vidas.
De esta manera, podremos seguir nuestro camino hacia la evolución que a todos los niveles necesitamos, siendo mejores personas, despojándonos de lo que no nos hace falta para ser felices, dando amor, alegría y solidaridad a todo aquel que lo necesite, con actitudes positivas que activen el cambio en nuestra vida.
ALFA