El Agua bendita es un sacramental, instituido por la Iglesia, y usada con fe y devoción, purifica al cristiano de sus faltas veniales. Las bendiciones de personas y de cosas van acompañadas de algunos signos, y los principales son la imposición de manos.

A la entrada de los templos y a la salida de las sacristías, había siempre una pila de agua bendita en donde uno, al entrar o al salir, mojaba un dedo y trazaba con él una cruz sobre la frente diciendo: “Que esta agua bendita sea para mí salud y vida”

No es necesario bañarse en ella ni bañar a nuestros niños; basta trazar esa cruz, signo de Jesús que salva.

La liturgia señala que, sobre todo en Pascua, antes de la Misa se asperja (se riegue) al pueblo con agua bendita para recordar nuestro Bautismo.

También en Pascua se acostumbra que el sacerdote acuda a los hogares cristianos a bendecir la casa y a rociarla con agua para recordar la gracia del Bautismo.

Nos pide la liturgia que, al bendecir solemnemente algún objeto, se rocíe con agua bendita y se inciense para significar la dignidad del objeto consagrado a Dios.

Acostumbramos también rociar nuestros hogares para pedir a Dios su protección contra el maligno, “que anda como león rugiente buscando a quien devorar.”

Es costumbre en las familias cristianas tener un benditero, normalmente junto a la cama, para imponernos agua bendita antes de acostarnos y al levantarnos.

Los judíos

No bendecían el agua, considerándola, a diferencia de otros pueblos, una criatura bendita por sí misma, y le daban un uso religioso como elemento de purificación. Una ablución total es prescrita antes de la unción sacerdotal de Aarón y de sus hijos. Y después de la época de cautividad, el agua se empleaba en Israel como un bautismo de conversión y purificación, semejante al de Juan el Bautista. Los que se convertían, confesaban sus pecados, y mientras oraban, recibían del bautizador el agua purificadora . En Babilonia, en Grecia, en Roma, también se practicaban ritos de purificación mediante el agua. Tertuliano describe los ritos de purificación de personas, objetos y lugares mediante el agua, que eran usuales entre los romanos.

El libro de los Números habla de «un agua de expiación», que era ritualmente preparada y empleada. El libro de los Salmos refleja este uso: «rocíame con el hisopo, y quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve». Y el Señor promete: «derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar». En la tradición bíblica de Israel son muchas las indicaciones de veneración por el agua. El Espíritu divino planea sobre las aguas primordiales, dando vida por ellas a todas las criaturas.

Los cristianos

Desde el principio veneran siempre el agua, viendo en esa criatura el inicio de la primera creación y el comienzo de la creación nueva. Esta transformación del mundo por la gracia de Cristo es elocuentemente anunciada en Caná, donde el Nuevo Adán convierte el agua en vino. En el pozo de Jacob se manifiesta Jesús a la samaritana, y después a todo el pueblo, como fuente inagotable de una agua que da la vida eterna: «si alguno tiene sed, venga a mí y beba».

San Cirilo de Alejandría considera el agua, en el orden de la naturaleza, como «el más hermoso de los cuatro elementos» que constituyen el mundo. Y en el orden de la gracia, sabemos que Dios elige el agua no sólo como medio de salvación en el Bautismo, sino también como materia imprescindible de la Eucaristía. Ya a mediados del siglo II, San Justino, al describir la celebración de la Eucaristía, testimonia que se realiza con «pan, vino y agua». Tertuliano refiere el lavatorio de manos en la celebración del sacrificio eucarístico, rito, por cierto, que sigue vigente en el Novus Ordo de la Misa, aunque no pocos sacerdotes lo omiten, rompiendo una tradición de al menos dieciocho siglos.
No obstante, la gran devoción de los cristianos hacia agua, criatura excelsa y sacramento de regeneración, la Iglesia en un principio se mostró reacia a establecer el sacramental del agua bendita, precisamente porque eran muchos los ritos paganos -egipcios, romanos, griegos, casi todos los pueblos antiguos, también la India- que usaban el agua lustral profusamente en sus ritos sagrados, casi siempre con un sentido de purificación. En esos ritos era antiquísimo el uso de la sal y de otros elementos que se mezclaban con el agua.

La bendición del agua puede hacerse en la Misa

«La bendición y la aspersión del agua se hace normalmente el domingo, según el rito descrito en el [actual] Misal Romano» (apéndice 1: Rito para la bendición del agua y aspersión con el agua bendita). Tras un breve saludo, una de las oraciones que el Misal ofrece, y que expresa los efectos propios del agua bendita, dice así:

«Dios todopoderoso, fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo, bendice + esta agua, que vamos a usar con fe para implorar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la ayuda de tu gracia contra toda enfermedad y asechanza del enemigo. Concédenos, Señor, por tu misericordia, que las aguas vivas siempre broten salvadoras, para que podamos acercarnos a ti con el corazón limpio y evitemos todo peligro de alma y cuerpo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».

La bendición del agua fuera de la celebración de la Misa 

Es dispuesta en el Bendicional según su orden propio: signación trinitaria, saludo, monición, lectura de la Palabra divina, oración de bendición (ofrece dos posibles), aspersión y despedida. Transcribo una de las oraciones de bendición:

«Señor, Padre santo, dirige tu mirada sobre nosotros que, redimidos por tu Hijo, hemos nacido de nuevo del agua y del Espíritu Santo en la fuente bautismal; concédenos, te pedimos [ + ], que todos los que reciban la aspersión de esta agua queden renovados en el cuerpo y en el alma y te sirvan con limpieza de vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».

ALFA