Cuando tenemos la joya perfecta en nuestras manos a veces nos preguntamos ¿cómo la habrán hecho?, ¿de dónde vendrá? o ¿cuál es su historia? Pero quizás, nunca nos vendría el pensamiento: ¿estará maldita? Seguramente muchos piensen que no es posible; no obstante, hay creencias que hacen que se cambie de opinión.

Una de esas joyas es la «Dethi Purple Sapphire”, que, aunque se dice que es un zafiro, es una amatista. Su historia se conoció en 1970, en el Museo de Historia Natural de Londres, cuando fue encontrada por el conservador Peter Tandy. Junto a ella estaba una nota escrita por Edward Heron-Allen, quien fue el último propietario de la pieza, que decía: “Quien sea que la abra, primero debe leer esta advertencia y luego hacer lo que desee con la joya. Mi consejo para él o ella es tirarla al mar. Esta joya está triplemente maldita y teñida con la sangre y el deshonor de todos los que la han poseído».

Su largo registro de fatalidades comenzó en Gran Bretaña, adonde fue llevada por un coronel de apellido Ferris, quien la robó de un templo en la India. Al poseerla perdió salud y dinero, al igual que su hijo, quien la heredó después. El hijo del coronel, al ver las consecuencias de ser el dueño de esta particular piedra, se la dio a un amigo de la familia que terminó quitándose la vida a los pocos meses de recibirla.

Después de varios años, Heron-Allen la compró y sufrió todo tipo de inconvenientes: salud, monetarios y desamor. Harto de tanta desdicha, se la entregó a un conocido que, insistentemente, se la pedía prestada, y quien no tardó en cambiar de opinión al ver cómo su vida empezó a caerse a pedazos debido a ella. Su propietario, que no la quería cerca de nuevo, se la obsequió a una amiga cantante que, para su mala suerte, perdió la voz.

Ya en su desesperación la arrojó al mar, pero no sirvió de nada, al cabo de tres meses un tratante de joyas se apareció en su casa con el “zafiro” para dárselo otra vez. En 1904 tuvo una hija, y como quería protegerla de la maldición, guardó el collar dentro de siete cajas hasta el día que falleciera. La muerte ocurrió en 1947, y la hija que quiso proteger terminó con la joya, pero no por mucho tiempo. La mujer la donó al museo donde la encontraron y aún se encuentra.

Lamentablemente, la historia no termina ahí; el responsable del departamento de micropaleontología del museo intentó llevarse la joya tres veces a una reunión de antigüedades, pero sin éxito. En el primer intento, quedó atrapado en una tormenta; en el segundo, sufrió una infección intestinal; y, en la tercero, le dio un cólico renal. Los organizadores se dieron por vencidos celebrando el encuentro en el museo.

ALFA

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